martes, 7 de mayo de 2013

Mi decimocuarto pensamiento: "Sobre premios y castigos"

Los premios y los castigos son algo que no me apasionan en el campo de la educación. Además, tenemos que tener cuidado, y como todo en la vida, no abusar de ellos. Sobre todo ello, debe prevalecer el diálogo y la comprensión acompañado de respeto.

Hay gente que gusta de dar premios por aquello de animar y motivar a nuestros alumnos por lo que puedan conseguir en determinados momentos. En cierta manera, parece algo positivo, también con moderación porque podríamos obtener efectos no deseados a los que en un principio apuntábamos. Por ejemplo, y como nos indica José Mª Lahoz García, pedagogo y profesor de Educación Primaria y de Psicología y Pedagogía en Secundaria en su artículo: "¿Los premios y los castigos son educativos?", los premios pueden tener efectos secundarios como él mismo indica:

  • Evitar su uso prolongado y variado porque crea adicción y no se actuará si no es a cambio de premios.

  • Modifica la conducta pero no necesariamente las actitudes y motivaciones, por lo que hay que combinarlos con otras acciones educativas. 
Es decir, deberíamos procurar evitar en lo posible el abusar de este tipo de actuaciones ya que podría llevar aparejado una conducta diferente a la que se pretendía al dar el premio. La motivación que pretendíamos conseguir, se encarnaría en otras conductas no deseadas como el egoismo o el propio interés. El famoso estímulo-respuesta - ¡otra vez el conductismo! - que en este caso nos conduce por otros caminos que se alejan de valores como son el respeto y la cooperación. "No hago esto si no me das algo a cambio"; es una frase que muchos de nosotros hemos oído pronunciar, tanto por niños como por adultos, pero que se sale fuera de una escala de valores que intentamos promover en nuestra escuela.

Eso sí, los alumnos y cualquiera, valora de manera positiva que nos den una palmadita en la espalda, que nos digan lo bien que hemos hecho esto o aquello, que felicitemos conductas loables. Se nos olvida, en muchas ocasiones, aplaudir actos y esfuerzos diarios que los merecen, quizá porque no estamos acostumbrados a ello, quizá porque no ha formado parte de nuestra educación primaria. Eso sí, si actuamos de una manera que a otro, el adulto, el profesor, etc. no le gusta fácilmente aflora la "senda del castigo". ¡Qué fácil es castigar y qué difícil nos cuesta reconocer y destacar actitudes dignas de ser elogiadas! Pues eso, por aquí van los tiros (¡perdón por la expresión!), no se trata tanto de dar premios, sino de reconocer y mostrar al otro de que somos consciente de lo bueno que ha hecho, de dar las gracias, porqué no, de lo que nos ha ofrecido y creo, que con ese solo gesto, haremos feliz al otro y quién sabe a cuántos más.

Como decía antes, en el apartado de castigos, éstos afloran en nuestras escuelas con una celeridad inusitada y con la convicción de que sirven para mucho, de que gracias a ellos modificamos conductas y con ello hacemos personas de bien. Pues bien, nuestro amigo José Mª Lahoz, nos ofrece la siguiente reflexión en el mismo artículo sobre el abuso de los castigos y sus efectos secundarios:

  • Pueden aumentar la conducta indeseable. En algunas ocasiones, los hijos buscan llamar la atención de los padres y, al no conseguirlo con una conducta deseable, les basta con que les prestemos atención mediante castigos por las indeseables. En este caso está directamente contraindicado su uso.


  • Si el castigo se ve desproporcionado, injusto o absurdo, puede generar sentimientos de aversión, venganza y resentimiento. Como consecuencia, es probable que no se evite la conducta indeseable. También estará contraindicado su uso en estas circunstancias. 


  • Está claro, que el castigo provoca rechazo por el que los recibe y en la mayoría de los casos no conlleva una mejora en la conducta que se desea, sino todo lo contrario. Muchos de nosotros, tanto en la escuela como en casa, hemos "aprendido", o mejor sería decir,  hemos sido aleccionados a través del miedo: "Si haces ésto, atente a las consecuencias", "Copia 100 veces en clase no se habla", "Te quedas sin recreo si no ...". Nuevamente estímulo-respuesta. ¿De verdad creéis que estos métodos funcionan?, es decir, ¿consiguen estos métodos lo que realmente queremos hacer entender a nuestros hijos o alumnos? Muchas de esas conductas que intentamos corregir, quizá desaparezcan, pero simplemente - algunas veces - de nuestra presencia, ya que volverán a aparecer en otros entornos o ámbitos, y quizá hayamos sido nosotros, con esos métodos, los que hayamos alentado esas conductas  que intentábamos hacer desaparecer.

    El castigo, a mi juicio, es todo lo contrario al respeto, es imponer porque no haces las cosas como es debido, o como la sociedad las entiende. El castigo es negar al otro su propio ser, es decirle que las cosas no son así sin una explicación convincente, sin un diálogo. El castigo, es comprobar que hemos fallado y no somos capaces de reconocerlo. El castigo es una derrota, un fracaso de nuestra identidad como ser humano, un ser con conciencia que es capaz de razonar y hacer razonar al otro a través de los gestos y el verbo, con respeto, no con disciplina. No somos soldados preparados para la guerra con fusiles y ametralladoras, somos personas cuyas "armas" más bélicas deben ser la palabra y la razón, el respeto y el afecto por los demás. 

    Terminaré esta entrada con una reflexión de Juan perea en su artículo: "Sin premios ni castigos. Educando para el tercer milenio" :

    Son muchos años con una educación basada en el premio y castigo, apelando más a nuestro lado animal que al humano. El resultado está a la vista. Cambiarlo depende de todos, de las pequeñas aportaciones de cada uno, como madre o padre, como educador o como responsable educativo. Si reconocemos a nuestros hijos como seres multidimensionales, podremos contribuir a su formación como seres integrales, con posibilidad de mantenerse felices. Si reconocemos sus emociones podemos abrazarlos, si reconocemos sus mentes podemos dialogar y si reconocemos sus dones podemos guiarlos.  

    Ellos saben a dónde van, no los equivoquemos con nuestras creencias y obsesiones. Esperan de nosotros que les acompañemos, escuchemos y amemos incondicionalmente. Los niños sólo nos piden que preservemos su identidad natural, su ser más esencial, que les demos las herramientas para que esa individualidad pueda contribuir al bien social y que caminemos junto a ellos mirándoles con amor. 

    Como dice Juan, sólo esperan de nosotros comprensión, diálogo, entendimiento, y la mayoría de las veces se encuentran con todo lo contrario, con un "yo" inflexible por encima de todo, creadores del bien y del mal, porque somos más viejos, porque somos más sabios. Eso era antes, ahora ni los viejos son tan sabios, ni los sabios tan viejos. Es una cuestión de actitud, si queremos que nuestros hijos o alumnos nos respeten, respetemos su individualidad, respetemos su realidad de niños y/o adolescentes, sepamos entenderles, porque también nosotros hemos sido niños. No pretendamos que sean lo que no son, no pretendamos que nuestros escolares estén 6 horas sentados en una silla sin decir ni mu, no pretendamos que no se revelen contra aquello que no les gusta, no pretendamos que se comporten como adultos (¡bueno, mejor que no!).

    Lo mejor, a mi entender, sería buscar el díálogo, el consenso, el acercamiento, todo lo que conlleva respeto, porque es así como mostraremos y educaremos valores positivos que es lo que nuestra escuela y nuestra sociedad demanda. No podemos combatir la violencia con violencia, generaremos más, y eso está demostrado. Si queremos ciudadanos y personas repetuosas hablemos desde el respeto.

    4 comentarios:

    1. Éste es un blog que voy a seguir con mucho interés.
      Saludos y gracias.

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    2. Gracias por su interés. Si le apetece puede aportar sus ideas.

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    3. Este artículo me parece interesante pues remite al desempeño docente

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